¿Qué pasa “biciosos”?
Pues vamos con la crónica de la salida de este fin de semana. Ya en la primera salida que habíamos hecho por el puerto de Morcuera (ver entrada 24/09/2006 Morcuera - Valle del Lozoya) Javi nos había contado que una vez al año sus colegas quedaban para andar en bici y despues irse a comer migas con familiares y amigos.
La segunda vez que hicimos el recorrido desde el puerto de Morcuera (de esa vez no hay crónica, que pena) se nos unieron dos amigos de Javi, Valentín y Agustín. Resulta que Agustín es el alma encargada de convocar a todo el mundo para "las migas" y como habíamos coincidido con él en una salida pues nos invitó.
Como nosotros somos gente agradecida enviamos una representación de este grupo de pedaleantes. Javi, con su mujer (Ana) y su hija (Ruth) como nexo de unión entre nosotros y el resto de sus colegas y Andrés, con su mujer (Mayte) y su hijo (Diego) y yo con Carmen y Yaiza y Olaya como representantes de nuestro grupo.
Habíamos quedado en Alpedrete de la Sierra. Pueblo remoto donde los haya. Yo creo que pertenece ya a Guadalajara. Pero pertenezca a donde pertenezca sus habitantes tienen ganado el derecho a sentirse un tanto aislados. Tardamos hora y media en llegar hasta allí, pero creedme que la carretera cada vez se estrechaba más, se inclinaba más y tenía más curvas. Para estar a "sólo" hora y media de Madrid el viaje se hizo largo y pesado.
Nada más salir de la carretera de Burgos me pararon los de la guardia civil. Ya decía yo que el ir con Carmen y con las dos niñas en el coche no servía para ocultar la pinta de delincuente que tenía. Lo típico, los papeles del coche y el carnet de conducir. Menos mal que el agente leyó en mi carnet de conducir la dirección de Lugones, resulta que el tío conocía la zona, conocía Colloto, la fábrica de la Coca-Cola, Ventanielles y demás suburbios Ovetenses. A poco nos abrazamos ahí mismo, sólo nos cortamos por lo raro de la estampa (un guardia civil abrazado a un ciclista). Pero es que esto de encontrar un paisano en tierras moras siempre emociona. Ahora bien, el tío un genio en su profesión. En un momento dado exclama: "Que ¿ha pasar un día de deporte en la sierra?". ¡¡¡Coño!!!, pensé, este podría ser compañero de nuestro colega Jorge (el Furby parlanchín). Menudo poder de deducción. Yo estoy vestido de ciclista, Carmen está vestida de ciclista, las niñas de chandal, llevo dos bicis en la baca del coche y acabo de tomar un desvió hacia la sierra pobre de Madrid. Desde luego no parecía que nos fuésemos de boda...
Llegamos a Alpedrete de la Sierra. Son las 10:00, hora a la que habíamos quedado. Allí no había nadie. El pueblo está vació. Se suponía que íbamos a ser más de veinte personas en este encuentro.... Pues nadie. Empecé a pensar que me había equivocado de pueblo. Lo cual tenía su gracia porque estábamos francamente lejos del otro pueblo que conozco que se llama Alpedrete. Como no quería volver a cruzarme con el colega guardia civil decido esperar a ver si alguien más se equivoca como yo.
A los cinco minutos empezó a llegar gente. Como todos éramos amigos de amigos, todos llegaban con cara de despistados (pensando que se habían perdido) y observando la cara de los que ya estaban revoloteando por la plaza del pueblo para ver si conocían a alguien. Cuando reconocían a alguien les cambiaba la cara de susto por una de alivio. Todo el mundo parecía llegar perdido.
Llegó Javi y su familia, llegaron Valentín y Agustín y faltaba Andrés. Yo, no es por nada, ya sabía que Andrés iba a llegar tarde. Sinceramente pensaba que lo remoto del pueblo era demasiado para las capacidades de orientación de Andrés. Como dieron las once y Agustín opinaba que tardaríamos unas tres horas en hacer el recorrido decidimos ponernos en marcha sin esperar más por Andrés.
Nos pusimos a rodar unas quince personas y otras quince (mayormente mujeres e hijos) se quedaron por el pueblo. Empezamos muy tranquilamente. El tema pintaba mal. El pueblo estaba en un alto y no se veían llanuras por la zona lo que significaba que empezaríamos bajando pero que irremediablemente acabaríamos subiendo. Según Javi me había contado tendríamos tres subidas de consideración. Claro que tirando del carrito note en mis piernas cada repecho que me encontré en el camino. No llevábamos ni tres kilómetros, todavía no habíamos salvado grandes dificultades en el terreno y ya Carmen me comentó, "esta ruta va a ser muy dura".
Menos mal que reinaba el buen rollo y la gente se lo tomaba con mucha calma (había bastantes novatos en esto de la bici) haciendo frecuentes paradas. En la primera parada, Javi, que estrenaba enganches automáticos en los pedales, se pega la típica torta del que frena y no se suelta los pedales. Una de esas en las que al que se cae no le pasa nada pero que al que las ve en directo se descojona. En la siguiente parada, en mitad de la primera bajada del día pudimos asomarnos a un mirador con unas vistas espectaculares. Estábamos justamente sobre unas paredes donde había un montón de escaladores practicando (ver foto PICT0004.JPG).
La bajada fue intensa; preocupante por lo de ser consciente que todo lo que bajemos lo tendremos que subir. Al final de la bajada llegamos a una presa que creo que se llama "el ponton de la Oliva". Es una presa que en su día se construyó en caliza sin darse cuenta que, no se si por la roca o por la forma de construir, el agua se filtraba constantemente. Por lo tanto tienen allí una presa de considerable tamaño que no sirve para nada porque no retiene agua. Aun asi, la presa está chula.
Después del reagrupamiento a los pies de la presa, y como no podía ser de otra manera, empezaba la primera subida seria del día. No sin antes presenciar otra caída tonta de Javi al frenar y no soltar los pedales. Empezaba a convertirse en recurrente su recurso para frenar el tirarse de la bici.
A mi me salieron unos tres kilómetros por carretera todo para arriba. La verdad es que se me hizo dura de verdad. Mucha gente echó el pie a tierra y decidieron que esa subida se la hacían andando. Yo, con toda la dignidad posible, llegué hasta la cima sin poner el pie a tierra, pero, eso si, si llega a durar 100 metros más me muero.
En un sitio donde no hay llanuras después de una subida siempre viene una bajada y eso es lo que nos tocaba ahora. Bajar por una pista preciosa. Estábamos justamente al otro lado del valle donde estaba el mirador con los escaladores.
La vista seguía siendo espectacular. Y el camino mejoraba a medida que descendíamos. Llegamos al final del descenso y empezamos a llanear por un bosque siguiendo el curso del río (se ve en el fondo de la foto). Esta fue, sin duda, la parte más bonita de todo el recorrido. Con las últimas lluvias todo estaba verde, el río bajaba con agua abundante. A Carmen le recordó la senda del Oso.
Hicimos una parada en un prado verde a la vera del río. Que relax. Que fresca estaba el agua, cuanto se agradecía el poder meter la cabeza en el río. Pero se nos estaba haciendo tarde. No es que yo sea un as de la orientación, pero con las indicaciones que nos había dado Javi, por lo que yo entendía que habíamos recorrido y por el nivel de heterogeneo grupo que eramos (compuesto de padres de familia, madres, niñas, novatos/as de la bici, consumidores de drogas blandas, hippies y demás especies humanas) yo diría que esto nos iba a llevar más de tres horas. Nos pusimos en marcha no sin que antes Javi nos demostrara que también es capaz de caerse de la bici cuando empieza a andar, no sólo cuando frena. Esta vez su caída fue tan simpática y coincidió con que le estaban sacando una foto que la chica que le sacaba la foto le preguntó si se había tirado a posta. Si es que hay que saber caer con elegancia.
Enseguida llegamos a otro punto clave del recorrido. Un puente estrecho sobre el río. El carrito con podía pasar. Ya estaba yo pensando en abandonar allí a mis hijas con el carrito (a ver si hubiesen sido capaces de llegar a casa) cuando dos almas generosas me ayudaron a pasar el carrito a pulso. El tema tenía su gracia, porque justo después del puente, y en un camino de estos en los que sólo puede ir caminando una persona de lo estrecho que es, se había producido un derrumbe de piedras que obstruía el camino. Hicimos una cadena humana para pasar las bicis y el carro. Se desvanecieron mis esperanzas de deshacerme del carrito que en esos momentos empezaba a resultarme bastante pesado.
Y por si fuera poco llegó la segunda subida del día. Una pista de unos tres o cuatro kilómetros con un desnivel del, aproximadamente, 6% o 7%. La mitad del grupo se la planteo directamente andando. Yo, con todo metido, a la espeluznante velocidad de 4 ó 5 Km/h de defendí como pude. Carmen se bajó de la bici después de haber subido casi 3 km y a pesar de que ella iba andando no conseguía dejarla atrás (tampoco iba a poder librarme de mi mujer). Subía ella tan rápido andando como yo en bici. La guinda llegó cuando Yaiza me dijo. "Papa, ¿Podemos bajarnos del carrito? Andando subiremos más rápido". Tuve que hacer gala te todo mi orgullo norteño y le dije "No hija, ya estamos llegando arriba y ahora vamos a correr más".
En un momento dado Javi se descolgó del grupo hasta donde íbamos Carmen y yo y empezó a cantar con las niñas. La verdad es que tengo que agradecérselo. Empezaba a ser tarde, las niñas tenían hambre (su padre se había comido sus gominolas a escondidas) y ya empezaban a estar cansadas de estar todo el rato en el carrito. La verdad es que Javi es un tipo majo, por entretener a las niñas nos hizo una demostración de como uno también puede caerse de la bici cuando se desplaza despacio. La verdad es que yo no sabría decir quien es más hábil con los pedales automáticos Javi o Oscar (el Churri). Un día tendríamos que empezar a contarles las caídas para comparar.
Después de la penúltima subida llegó la última bajada. Esta vez corta. Casi no se notó. Eso si, el paisaje seguían siendo muy bonito. Llegamos a la vera de otro río, el que atravesaba este valle y empezamos la subida al pueblo. Mira que es remoto el pueblo de Alpedrete de la Sierra, pues lo es por lo alto que lo han puesto. A el sólo se llega subiendo.....
La última subida ya costo lo suyo, daba igual que pareciese llana la pista, mis piernas me pedían que lo metiese todo y con todo metido fuimos subiendo poco a poco. Debían ser ya las 15:30 de la tarde con un hambre considerable y un cansancio digno de mención cuando vi el pueblo. No pude menos que mirar hacia atrás y animar a Carmen. "Venga que ya esta aquí el pueblo", aunque la verdad no se si trataba de animarla a ella o de animarme yo. En fin que procuramos llegar a la plaza del pueblo pedaleando con la máxima dignidad posible.
Los números de la ruta nos dejan en bastante mal lugar. Sólo 30Km recorridos. Un tiempo total de unas 4 horas (incluidas las paradas). La velocidad media no la puedo saber porque se me fastidió el cuenta en una de las subidas. Pero dudo que pasásemos de 10Km/h. Somos unos bestias.
A todo esto, cuando llegamos al pueblo vemos que ya había llegado Andrés. Nos contó que había comprado una baca para la bici pero que no había sido capaz de ponerla (creo que contó que la baca era pequeña). Pobre Andrés, con las ganas que tenía el de haber salido y nosotros contándole lo chula que había sido la ruta.
Menos mal que después de la ruta vino la comida. Éramos unos 30 para comer y llenamos el bar del pueblo. No comimos gran cosa, tortilla de patata, queso, setas y carne. Pero a mi todo me sabia a gloria. Después de la comida un paseíto por los alrededores del pueblo y para casa.
Camino de casa, en medio del atasco de la NI, Yaiza me pregunto: "Papa ¿que te gustaría estar haciendo?". Tuve que confesarla que me gustaría llegar a casa bañarlas, darles de cenar, acostarlas, ducharme, pillar una cerveza y sentarme en el sofá a dejarme embobar por la tele. Estaba destrozado. Creo que ya no soy un héroe para mi hija, si es que algún día lo fui.
A cuidarse
Javier Arias González
No hay comentarios:
Publicar un comentario