11 días desde que acabé la Paris-Brest-Paris (PBP) y todavía no he sido capaz de ponerme a escribir la crónica. Nunca me había pasado antes. En otras rutas ciclistas me bastaba con ponerme a contar con todo detalle que es lo que había pasado y que había sentido; pero en este caso no encuentro la forma.
No puedo contar con pelos y señales que ha pasado porque ya no me acuerdo. Así de triste es la realidad.
No es que no me acuerde porque han pasado 11 días (15 desde que la empecé) sino porque ya durante la ruta se me olvidaba lo que había sucedido sólo unos kilómetros antes (u horas, que están directamente relacionados). No recuerdo la secuencia de los pueblos, ni de las anécdotas. No me acuerdo si la parada en la que comí tres (o cuatro, que tampoco lo tengo claro) trozos del bizcocho que ofrecían los espectadores fue antes o después de Fougeres, si el tramo que rodamos con tres costarricenses (los tres costarricenses que asistieron a la PBP) fue en el kilómetro 200 ó en el 300. Tan agudo es mi caso de pérdida de memoria que el recorrido de vuelta (de Brest a Paris) me pareció totalmente nuevo; en muy contadas ocasiones reconocí alguno de los puntos por los que había pasado sólo unas horas antes.
Puedo, como es normal en mi, dar toda una serie de datos relacionados con velocidades medias, horas estimadas de llegada versus horario real o de kilocalorías gastadas. Pero en realidad eso sería incapaz de reflejar lo vivido. sería como describir el sol aportando su diámetro y su peso. Objetivo pero sin sentimiento alguno.
Es más, aunque quisiera aportar todos estos datos, no podría ser todo lo preciso que a mi me gusta ser porque la PBP ha demostrado que mi ciclocomputador no esta pensado para pasar tantas horas sobre la bicicleta (a partir de 24 horas ya no sabe calcular la velocidad media), que mi pulsómetro tiene vida propia y se resetea cuando él decide y que a mi se me olvida poner en marcha la grabación del recorrido en mi teléfono móvil después de cada parada.
También podría aportar la lista de posts y twits que hice durante el recorrido. Pero lo cierto es que leyéndolos ahora me doy cuenta de lo limitada, y a veces inútil, información que aportaba. Pido disculpas a aquellos de vosotros que me seguisteis durante esos días porque veo que hice una muy pobre labor a la hora de transmitir lo que nos estaba pasando.
Todo esto; la falta de recuerdos, la falta de datos o lo inútil de los posts yo lo achaco a un caso de priorización extrema. Mi objetivo era terminar y disfrutar la PBP y todo lo que no fuese estar concentrado en disfrutar y terminar la PBP era secundario. Y tan concentrado estaba en mi objetivo que no me daba la cabeza para más.
Y si, terminé y disfruté la PBP. Y aun así un sentimiento agridulce, casi de decepción, me invadió al llegar a Saint-Quentin en Yvelines. A ver si soy capaz de explicarlo…
La PBP, en realidad, son varios eventos ciclistas en uno. Todos ellos se desarrollan en la misma ruta y usan la misma infraestructura de controles, voluntarios y señales; pero cada uno de ellos tiene un objetivo o unos medios distintos. Existe la PBP de menos de 80h, la de menos de 84h y la de menos de 90h. Esta última es la “estándar”, y es a la que yo me había apuntado. Por otro lado existe la PBP de los que la hacen en bicicletas “normales”, como yo; los que la hacen en bicicletas “especiales” (reclinadas, plegables o tamdems por ejemplo), los que la hacen con apoyo de caravanas o los que la hacen sin ningún tipo de apoyo. Para acabar de multiplicar las opciones de distintas PBPs dentro de la única PBP verdadera están además los diferentes horarios. Para la prueba de las 90 horas existía la posibilidad de salir el domingo 21 a las 18:00 o a las 21:00.
La chica de la bicicleta con flores
Todas estas opciones dan lugar a un sinnúmero de combinaciones en cuanto a formas de afrontar la PBP y en cuanto a estrategias a seguir para conseguir acabarla.
No me equivocaré mucho si afirmo que el principal tema de conversación de los participantes durante los meses previos a la PBP son los análisis de las distintas estrategias. ¿qué horario escoger? ¿qué ritmo intentar llevar? ¿Rodar sólo o en grupo? ¿dónde parar? ¿cuánto tiempo? ¿dónde dormir? O incluso ¿dormir o no dormir?
De una forma u otra estas preguntas estuvieron en mis conversaciones con las personas que conocía y que iban a participar en la PBP.
Jonathan y Emma harían la PBP en tamdem con el objetivo de 90 horas por lo que saldrían el domingo a las 16:00. Richard, el único que no tenía como objetivo las 90 horas, intentaría bajar de las 80 horas y se pondría en marcha el domingo a las 16:00. Pete, mi mentor en los brevets ingleses, se pondría en marcha el domingo a las 18:00 y tenía pensado hacer su primera parada para dormir en Carheix (km 525). Agustín y Antonio se pondrían en marcha el domingo a las 18:00; su objetivo era dormir un par de horas esa noche para luego aguantar hasta Carheix (km 525). Josu también salía el domingo a las 18:00, pero no tengo del todo claro donde tenía pensado parar. Edu se había apuntado a la salida de las 21:00 pero quería salir de los últimos (21:30 ó 22:00) y rodar a un ritmo suave ya que su rodilla estaba tocada desde el brevet de 600km.
La elección de mi estrategia partió de la base de que yo no tomo cafeína. Como tengo la tensión alta yo no tomo ni café ni té. Cuando me tomo un café el efecto que produce en mí es muy fuerte; un café a media tarde puede mantenerme despierto toda la noche. Esto, en un evento tan largo como la PBP, es un arma de doble filo ya que corres el riesgo de que si te tomas un café luego no puedas dormir cuando pares a descansar. Conclusión, el plan era hacer la PBP sin tomar cafeína.
Por otro lado en mi experiencia durante los brevets, sobre todo el 400 de Hailsham, me llevó a la conclusión de que cualquier intento de rodar más de 24 horas seguidas sin cafeína suponía un riesgo de colapsar rendido por el sueño. Por tanto mi estrategia incluía el condicionante de que parar a dormir al menos cada 24 horas.
Esto fue lo que acabó condicionando la elección de la hora de salida, las 21:00. Ya que, siguiendo la regla de no hacer tramos de más de 24 horas, salir a las 18:00 significaría tener que parar a dormir a las 18:00 del día siguiente. Demasiado pronto.
La elección de la hora de salida tenía su riesgo; apuntarse a la salida de las 18:00 significaba, en teoría, esperar más tiempo hasta que te diesen la salida y a cambio saldrías en un grupo con 500 ciclistas. Salir a las 21:00 suponía, en teoría, esperar menos a que te diesen la salida, pero salir en un grupo de 20 ciclistas. Es decir menos posibilidades de poder rodar en grupo y ahorrar esfuerzos.
Una vez decidida la hora de salida lo siguiente fue estimar en que parte de la ruta estaría 24 horas más tarde y ese punto sería Loudeac (Km 449).
Este planteamiento inicial coincidía con el de Juan y después de varios mails intercambiados acordamos una estrategia común.
Nuestra apuesta no estaba exenta de riesgo. Sobre todo para Juan. Aunque nos conocemos desde hace tiempo nunca habíamos rodados solos, y menos durante tantos kilómetros. Lo difícil en estos casos es encontrar un ritmo que nos venga bien a los dos. Juan se presentaba a la PBP con 7.500km en las piernas y yo con 7.000; Juan tenía la experiencia de haber terminado en la edición de 2007, una de las más duras que se recuerdan, yo era novato en la prueba. Los dos habíamos acordado que la estrategia era rodar a un ritmo tranquilo y hacer pocas paradas y cortas, pero eso se dice muy fácil desde el sillón de casa, pero son haberlo practicado juntos ni una sola vez eso iba ser difícil de llevar a la práctica. Yo, y seguramente Juan también, tenía mis dudas...
El viernes 20 salí en coche hacia Paris desde Asturias acompañado de Carmen, mi mujer, y nuestra pareja de amigos Ludi y Miguel. Llegamos a Gouyancour el sábado a las 17:30 con el tiempo justo para la hora en la que había concertado la revisión de la bicicleta (todas las bicicletas participantes son revisadas por la organización).
Montando la bicicleta para pasar revista (nótese el moreno ciclista) Foto de Miguel
En los alrededores de St. Quentin Yvelie se respiraba ambiente ciclista y festivo, pero no me dejé cautivar.
Entrada al polideportivo
Una visita a Juan para concretar los horarios del domingo, una cena rápida (pasta, por supuesto) y a dormir. Despertarme el Domingo 21, bajar a desayunar y volver a subir a la habitación a dormir. Despertarme al medio día, salir a comer (otra vez pasta), cambiarnos de hotel y… a dormir una siesta de más de tres horas. Despertarme, vestirme de ciclista, dar los últimos retoques a la bicicleta y la equipación y a cenar. Si, otra vez pasta.
A las 20:00 ya estaba listo y sin sueño.
Yu. Foto de Miguel
A las 20:30 ya estaba con Juan.
Yu y Juan. Foto de Miguel
A las 21:00 estábamos esperando a que nos dieran la salida. Yo realmente muy tranquilo, descansado, relajado, disfrutando.
Esperando que nos den la salida. Foto de Juan
Los primeros kilómetros transcurren por la ciudad y los semáforos son los que marcan el ritmo pero en muy poco tiempo nos encontramos en una carretera donde sólo se veían dos cosas. Ciclistas y público animando.
Es el momento de buscar "nuestro ritmo"; ese que habíamos pactado desde el sillón. Y lo cierto es que no tardamos en encontrarlo. Ni siquiera lo comentamos entre nosotros, salió de una forma natural. Un ritmo que para mi significaba rodar a unas 90ppm (aproximadamente el 50% de mi capacidad máxima teórica). Adelantamos ciclistas que iban más lentos y nos adelantaron ciclistas que iban más rápido, pero nosotros seguíamos a "nuestro ritmo", rodando en paralelo, hablando tranquilamente. Cuando quisimos darnos cuenta se había formado un pelotón de ciclistas a nuestra rueda. Nada que objetar, nosotros a "nuestro ritmo".
En algún punto de la noche coincidimos con cuatro americanos, uno de ellos una chica. A ratos íbamos a su rueda, de repente se paraban y se quedaban atrás, al poco nos alcanzaban. Nos llamó la atención lo animosos que estaban, en particular la chica. Hablaba en voz alta, daba órdenes, con un ritmo un punto alegre, parecía presa de una excitación que hacía que nos preguntásemos si no sería un tanto imprudente a la vista de lo mucho que nos quedaba por delante. Sea como fuese, el apodo de “la sargento” se le quedó a la chica y pena me da no saber su dorsal para ver que tal le fue.
A eso de las 3:30, y con media hora de adelanto sobre el horario previsto, llegamos a Mortagne au Perche (km 140). Llevábamos seis horas pedaleando ya era hora de hacer una parada. Yo intenté seguir el consejo que había leído en algún lugar de cerrar los ojos mientras masticaba para así descansar los ojos, pero acabé dejándolo. Demasiadas cosas que ver y observar a mi alrededor ¡como para cerrar los ojos!. Mortagne fue mi primera experiencia con el aspecto de un control de la PBP. Parking para bicicletas vigilado, cafetería con todo tipo de comida las 24 horas de día, servicios, voluntarios dispuestos a ayudar, tienda para comprar productos para la bicicleta, asistencia mecánica; en definitiva un despliegue de medios que nunca había visto yo en un brevet. Todo esto y ciclistas, muchos ciclistas.
Aspecto de la cafetería en Mortagne
Entre ellos los primeros ciclistas durmiendo en el suelo.
Ciclistas durmiendo en el suelo de la cafetería de Morgane, era la primera noche
Y un ciclista cuyo nombre no recuerdo pero que Pete me había presentado en el 200 de Redhill. Nos vimos y nos saludamos brevemente. Nada más irse caí en la cuenta que no había estado yo muy hablador y me lamenté, me habría gustado haberle preguntado más por como se encontraba, su plan de ruta, sus impresiones. Demasiado centrado en mi mismo supongo; otra vez que he quedado fatal...
A la hora de ponernos en marcha un pequeño descuido hizo que yo me dirigiese al punto por donde habíamos entrado pensando que por ahí seguía la ruta mientras Juan tomaba la salida correcta. Cuando un voluntario me hizo ver mi error y me indicó la salida correcta ya no había rastro de Juan. Me puse en marcha con un ritmo rápido para alcanzarle pero después de unos minutos y viendo que no le alcanzaba pensé que lo mismo el seguiría en el control. Dudé. ¿Doy la vuelta? ¿Tiro?. Por suerte tiré y al poco vi a lo lejos la doble luz roja de Juan (para reconocernos en la oscuridad los dos usábamos doble luz roja en la parte de atrás, una en la bicicleta a la altura de la rueda trasera y otra en la parte de atrás del casco, decisión que acabó demostrando ser muy práctica en varias ocasiones). Al poco nos reagrupamos.
En la parada de Mortagne habíamos invertido un poco más de media hora. Nuestra idea era hacer pocas paradas y cortas, de unos 15 minutos y en Mortagne se nos había ido el tiempo de las manos. Lo comentamos y tomamos nota para otras paradas. No es que nos preocupase, íbamos bien de tiempo, pero lo cierto es que no habíamos sido eficientes en la parada y como dicen “tiempo son kilómetros”.
También a la salida de Mortagne Juan me advirtió de lo mucho que estábamos bajando y de que esas bajadas tendríamos que subirlas a la vuelta. Yo no le di demasiada importancia. Posiblemente fue la arrogancia del que pensaba que podría con todo, sumada al hecho de que lo tendría que ser sería, inevitablemente y al hecho de que bajando todo pasa más rápido. El caso es que yo no me fijé para nada en las cuestas que estábamos bajando.
Se mantuvo la tónica durante toda la noche. Ritmo relajado, conversación animada, temperatura agradable. Me queda el recuerdo de una noche de ciclismo preciosa. Noche que se convirtió en día en algún punto cercano a Villaines la Juhel. Entrando en el pueblo vimos una Pastisserie con un aspecto magnífico para desayunar pero estábamos tan cerca del control que decidimos ir a fichar primero y luego desayunar.
Aspecto del parking para las vicicletas en Villaines la Juhel
El control de Villaines la Juhel (km 221) lo pasamos a las 7:49, 13 minutos antes de lo planeado.
Pasando el control de Villaines la Juhel. Foto de Juan
Y la sorpresa fue que nos encontramos a Josu.
Con Josu en Villaines la Juhel. Foto de Juan
Sorpresa porque Josu había salido como una hora y media antes que nosotros, pero sorpresa bienvenida; mi hizo mucha ilusión encontrarme con él. En vez de volvernos a desayunar a la Pastisserie que habíamos visto decidimos apostar a que encontraríamos otra igualmente apetecible en la salida del pueblo. Perdimos la apuesta y no fue hasta después de unos kilómetros cuando pudimos parar a desayunar en un bar.
No fue un desayuno todo lo consistente que a mi me habría gustado, pero me sentó muy bien. Josu se puso en marcha un poco antes que Juan y yo para así poder llevar su ritmo.
Al poco de ponernos nosotros en marcha nos adelanta un pelotón de ciclistas. Juan me dice que me meta en el grupo que llevan buen ritmo. A primera vista a mi me parece que el ritmo que llevan es un poco más rápido que el nuestro pero enseguida veo que estoy equivocado. Se trataba del grupo perfecto. Los chicos del AC Loudeac encabezaban un pelotón de 30 ó 40 ciclistas manteniendo un ritmo ideal. Los de cabeza pedaleaban en las cuestas abajo para permitir que los que íbamos en el grupo no tuviésemos que frenar y reducían la marcha para mantener el grupo compacto en las cuestas arriba. Cuando el grupo alcanzó a Josu le gritamos que se incorporase y los tres pasamos a rodar unos kilómetros al resguardo del pelotón.
Rodando en este grupo volví a caer en la cuenta de lo mucho que había aprendido rodando en pelotón con los Kingston Wheelers (ya había caído en esto durante la Quebrantahuesos). En mis salidas con los Wheelers aprendí lo que sé sobre como rodar en pelotón y gracias a ello me encontraba cómodo rodeado de ciclistas y esto me permitía relajarme y descansar mientras los kilómetros pasaban con facilidad.
Foto de los fotógrafos oficiales
A rueda del AC Loudeac hicimos unos kilómetros magníficos, pero como no podía ser de otra manera llegó el punto en el que decidieron parar. Nosotros aprovechamos para hacer también una parada pero enseguida resultó evidente que los del AC Loudeac pensaban parar más tiempo del que encajaba en nuestros planes por lo que nos pusimos en marcha sin ellos.
No recuerdo en que kilómetro fue esto, pero está documentado que en el kilómetro 266 se puso a llover y eso fue poco después de la parada. Nos llovió durante los siguientes 45 kilómetros. Justo hasta el siguiente control, Fougères.
Creo que fue en este tramo donde coincidimos con los costarricenses. Rodamos con ellos algunos kilómetros. Eran tres, dos mujeres y un hombre y estaban en su segunda participación.
Creo que también fue en este tramo cuando paramos en un puesto que habían montado unos espectadores donde ofrecían café, agua y bizcocho a los ciclistas. Creo que me comí tres trozos (o cuatro) de bizcocho. Aun así el tramo que se me hizo largo. Rodábamos despacio, el hambre empezaba a hacer mella.
En Fougères (km 310) fiché a las 12:45, 16 minutos de retraso respecto al plan. Pero Fougères tenía premio; allí me esperaban Carmen, Ludi y Miguel. Quedé a las 14:00 con Juan y Josu que se iban a comer lentejas con arroz con Reme y yo me fui a comer con Carmen, Ludi y Miguel; después de esperar la cola del restaurante del control (fue la única cola que tuve que esperar en toda la PBP)
Comí mucho, estaba hambriento. Hablamos mucho también, era emocionante tenerles cerca; les conté que me encontraba bien, ellos me contaron qué habían hecho. Carmen me había preparado pequeños bocadillos, unos de nutella, otros de chocolate. Pude entrar en calor. Todo esto en una atmósfera de cierta prisa, no había que entretenerse. A la hora de ponernos en marcha me acerqué al coche a engrasar la cadena y antes de que me diese cuenta ya estábamos otra vez en marcha.
Foto de los fotógrafos oficiales
Llegamos al control de Tinteniac (Km 364) a las 16:20, una hora y 10 minutos de retraso respecto a nuestro plan, y nos encontramos un escenario en el un grupo bailaba al son de una música festiva.
A pesar de esto nuestra parada en Tinteniac fue muy corta. Prácticamente llegar, fichar, coger agua, ir al servicio y ponernos en marcha. Empezábamos a ser eficientes en las paradas de los controles.
Cuando nos pusimos en marcha se produjo un milagro…
Volvió a adelantarnos el pelotón del AC Loudeac. Sin dudarlo nos pusimos a su rueda y otra vez pudimos aprovecharnos de su buen hacer manteniendo un ritmo sostenido y llevadero. A pesar de esto, con el paso de los kilómetros, a Josu se le empezó a hacer duro y en un momento dado decidió descolgarse del grupo. Por nuestra parte la intención era aguantar con ellos lo más posible. El AC Loudeac había pasado a ser mítico para nosotros y en los siguientes días los echamos de menos en más de una ocasión.
Comentamos que seguramente pararían a dormir en Loudeac, igual que nosotros, y bromeamos con la posibilidad de preguntarles a que hora saldrían al día siguiente para salir con ellos.
Lamentablemente eso no pudo ser. En Quedillac (km 392) apareció un control.
Los de AC Loudeac pararon y nosotros no teníamos intención de parar mucho tiempo. Por suerte Juan fue al servicio y de camino se dio cuenta de que los ciclistas estaban sellando sus brevets. Se trataba de un control sorpresa, un control que no aparece en la hoja de ruta y que la organización pone para asegurarse de que no se hacen trampas. Salió a avisarme y los dos fuimos a sellar. Cuando estábamos a punto de irnos llegó Josu preguntando donde se sellaba, él había estado más atento que nosotros y si que se había dado de que era un control sorpresa.
Foto de los fotógrafos oficiales
Habíamos pasado el control a las 17:45 y nos quedaban 60 kilómetros hasta Loudeac. Pero Juan ya me había advertido que la llegada a Loudeac sería dura, un rompepiernas, duro cuando ya tienes 400 km en el cuerpo.
En algún punto de este tramo Juan perdió la batería de su móvil. Rodábamos junto a un grupo pequeño de ciclistas. En una bajada su móvil saltó del bolsillo pequeño de su maillot del Pakefte. En el impacto contra el suelo el móvil se desmontó. La tapa por un lado, la batería por otro, el cuerpo del móvil por otro. No pudimos encontrar la batería. Una pena, Juan no sólo estaba usando el móvil para comunicarse con Reme sino que también era su cámara de fotos.
Acercándonos a Loudeac Juan comentó que estaríamos a punto de encontrarnos con los primeros que ya estarían de vuelta. Yo argumenté que no era posible, que se cruzarían con nosotros cuando estuviésemos durmiendo, pero que equivoqué. En un momento dado vimos aparecer un coche de la organización con sirenas y varias motos. Al poco un pelotón ciclista se cruzó con nosotros. Venían a un ritmo muy alto, pero me dio tiempo a sacarles una foto.
¡Apenas llevábamos 400km y ellos ya llevaban 800! Habían salido 5 horas antes que nosotros, pero aun así, IMPRESIONANTE!!!!
Al poco nos cruzamos con dos ciclistas que se habían descolgado del pelotón. Luego un segundo pelotón y después un ciclista sólo (me pareció Ben Rockett, pero no he podido encontrar ninguna referencia a la PBP en su página web por lo que me habré equivocado). Después nadie más.
Nosotros tardamos 3 horas y 17 minutos en hacer esta parte del recorrido, o lo que es lo mismo rodamos una velocidad media de unos 17 km/h. Un buen ritmo.
Acercándonos a Loudeac nos encontramos con un ciclista español al que Juan conocía. Tras una breve conversación se puso a nuestra rueda.
Al poco alcanzamos una pareja de catalanes, el pedaleaba un poco por delante de ella. También conocidos de Juan. A la que los adelantábamos nuestro acompañante les avisó de que se pusiesen a nuestra rueda. "Estos llevan un buen ritmo". Y eso hicieron.
Juntos, a buen ritmo, nos fuimos acercando a Loudeac. No sería honesto si no admitiese que me hacía sentir bien, orgulloso, el que los demás pensasen que llevábamos un buen ritmo. No rápido, no lento; justo, adecuado a las horas y kilómetros que llevábamos sobre la bicicleta; sin dejarnos llevar por las fuerzas que todavía teníamos. De eso se trataba, eso había entrenado en los siete brevets que había participado, en eso estaba poniendo todo mi empeño y eso nos estaba saliendo bien. Llevábamos un buen ritmo, "nuestro ritmo".
Cuando llegamos a Loudeac (Km 449) eran las 21:02 y habíamos acumulado un retraso de más de hora y media respecto del horario previsto.
A mi no me importó. En Loudeac volvían a estar Carmen, Ludi y Miguel. En Loudeac podría cenar mientras les contaba mis impresiones sobre la ruta, mientras les decía lo bien que me encontraba. Ellos me contarían como habían visto a los otros ciclistas, la experiencia de ver como habían pasado el control los que iban los primeros (los que ya estaban de vuelta a Paris), me contaron que Fougères les había parecido un pueblo precioso. Me habían preparado bocadillos, fruta, y ropa para el día siguiente.
Segundo día, vestido de Kingston Wheeler en el control de Carheix
Me explicaron a donde tenía que ir para ducharme y donde conseguir la cama para dormir. Otra vez todo con una cierta prisa, para poder dormir lo máximo posible, pero otra vez reconfortante el tener alguien que te espera y anima en un control.
Después de cenar me pegué una ducha que sirvió para relajarme. Cuando salía de la ducha camino de la cama se puso a llover. ¡¡Mucho!! Era una tormenta con bastante agua. Sentí pena por los ciclistas que estuviesen en ruta, yo había tenido suerte y me iba a la cama.
El sistema de las camas me pareció impresionante. En un pabellón deportivo tenían unas 400 camas disponibles. En una pizarra llevaban el control de que camas habían sido asignadas. Cuando solicitabas una cama te ofrecían un reloj de cartón para que señalases a que hora querías que te despertasen. Un voluntario con una linterna, en plan acomodador, te llevaba por un pabellón completamente a oscuras llenos de camas en el suelo hasta tu cama y otro se encargaría de despertarte a la hora que habías indicado.
Había quedado con Juan a las 4 de la mañana, es decir una parada de 7 horas en total. Tardé una hora y cuarto en cenar, ducharme y gestionar la cama donde dormir. Pedí que me despertasen a las 3:15. Tenía 5 horas para dormir.
No es difícil hacerse una idea del recital de ronquidos que puede haber en un pabellón donde duermen 400 ciclistas después de hacer más de 400km. También es fácil imaginar que los olores no son precisamente fragancias primaverales. Pero nada de eso me importó. Había leído en algún sitio de la conveniencia de usar tapones para los oídos y antifaz para los ojos para evitar que los ruidos de los ronquidos y las linternas de los "acomodadores" te despierten y yo tenía tanto tapones como antifaz. Tuve tiempo para publicar un último status con el resumen del día: Habían pasado 23 horas y 38 minutos desde que había salido de Paris, de las cuales 20 horas y 12 minutos había estado pedaleando sobre la bicicleta (sólo 3 horas y 26 minutos parado) para recorrer 452km (mi record de kilómetros en 24 horas). Estaba contento, animado y optimista, pero también cansado y al día siguiente seguiría dando pedales, me dormí al instante.
Y el día siguiente llegó muy rápido. El voluntario de despertó con suavidad y creo que hasta le asusté del salto que pegué para salir de la cama. Me encontraba bien, había conseguido descansar. Me metí entre pecho y espalda un desayuno inmenso. Un plato de arroz, una tortilla francesa, un bol con leche y muesli, tres rebanadas de pan, una tarrina de arroz con leche y un melocotón. El cuerpo me pedía comer y yo no le iba a decir que no.
Mi desayuno en Loudeac
Cuando estaba a punto de ponerme en marcha me encontré con Josu que acababa de llegar. Me contó que había tenido que refugiarse de la lluvia (al parecer llovió en abundancia durante cuatro horas) que había problemas con las luces de su bicicleta. Su intención era parar brevemente y seguir, pero su parada no iba a ser lo suficientemente breve como para esperarle. Me despedí de él y me dirigí a encontrarme con Juan.
Me reuní con Juan y nos pusimos en marcha. Me contó que cuando nos habíamos separado le había costado encontrar a Reme. Sin teléfono móvil no podía comunicarse con ella. Le cogió la lluvia y después de una hora intentando encontrar a Reme, empapado y ya prácticamente desesperado le pidió a un voluntario que le dejase llamar por teléfono para así hablar con ella. El voluntario, dando una muestra más del inmenso apoyo que prestaban a los ciclistas, accedió. Al final Juan encontró a Reme pero una hora menos que pudo dormir.
Rodábamos muy despacio. Eran las 4 de la mañana y el cuerpo todavía estaba frío.
En ese momento, inesperadamente, llegó el manto negro, el bajón...
Me dio por pensar que ese día me quedaban más de 330km por delante y que al día siguiente otros tantos y que al siguiente 140 más. Uff!. ¡Que agobio! ¡Que duro va a ser esto! La verdad es que fue sólo un pensamiento que duró segundos, pero me impactó. En segundos me dio tiempo a hundirme, incluso a considerar la idea de abandonar. De repente todo tenía muy mala pinta...
Por suerte al poco, sin proponérmelo, mi mente se despistó y se centró en otra cosa y mi cuerpo siguió dando pedales. Físicamente estaba muy bien por lo que en cuanto los músculos calentaron las sensaciones pasaron a ser mucho más positivas. Nos dirigíamos a Brest, mitad del camino.
Según la hoja de ruta en el kilómetro 493 estaba Saint Nicolas du Pélem. El caso es que yo no me acuerdo de ese pueblo. El nombre me suena familiar si, pero no recuerdo haber pasado por allí. Lo normal es que hubiésemos parado a comer algo e ir al servicio, pero no veo que yo hubiese posteado ningún mensaje por lo que es posible que hubiésemos pasado sin parar. [comentario de Juan. Efectivamente no paramos, porque no había sellaje, consideramos que llevábamos pocos kilómetros ese día como para darnos el regalo de una parada y lo que sí hicimos fue parar justo después del pueblo a mear.]
Donde si que paramos fue en Carhaix, km525. Primer control del día, eran las 8:25 de la mañana. En Carheix nos llevamos la sorpresa de encontrarnos con Antonio y Agustín. Ellos se ponían en marcha cuando nosotros llegábamos. Sorpresa agradable por la ilusión que me hizo verles, pero sorpresa negativa porque nos enteramos que habían dormido muy poco, creo que recordar que dos horas, y que empezaban a estar justos de tiempo. Otra vez me pasó que una vez que se fueron me quedé con la sensación de no haber estado muy hablador, de no haber sabido transmitir la ilusión que me hacía el verles; otra vez que he quedado mal. Ni siquiera caí en la cuenta de postearlo para que se enterasen los del Pakefte que nos seguían desde Madrid. Demasiado centrado en la ruta.
Los ciclistas aprovechan para dormir en cualquier sitio
Cuando nos pusimos en marcha rodábamos solos y así fue por casi 50km. Posiblemente los más bonitos de toda la ruta. Primero pasamos un pueblo con un lago rodeado de montañas. Luego una subida suave, en medio de un bosque precioso. Rodábamos muy tranquilamente, se que conversábamos, pero no me acuerdo del tema.
En el km582 llegamos a un pueblo del que no recuerdo su nombre, pero al que apodamos "el de los arcos".
Se pueden ver los arcos al fondo
Hicimos una breve parada para comer y cuando íbamos a ponernos en marcha llegó Josu. Venía con hambre y con ganas de parar por lo que sólo nos vimos brevemente; se metió en un bar y al poco nosotros estábamos en marcha.
A partir de este punto la carretera empezaba a ganar altura, íbamos a subir el único tramo que merecía la calificación de "puerto" en toda la ruta. Lo cierto es que rodábamos a un ritmo tan tranquilo que la subida la hicimos sin darnos cuenta. Recuerdo que en esta parte del recorrido especulé en voz alta un par de veces sobre donde estarían Antonio y Agustín, cuánto por delante de nosotros andarían, hasta que punto sería interesante para ellos reducir el ritmo y dejar que los alcanzásemos; podríamos formar grupo, rodar juntos, podríamos compartir "nuestro ritmo"...
En este tramo también nos cruzábamos ciclistas que ya venían de Brest. Comentamos el efecto sicológico positivo que tiene que suponer para ellos el cruzarse con ciclistas que todavía tienen que ir a Brest.
Las nubes estaban a la altura de la carretera en el punto más alto del puerto. Era una carretera despejada, sin protección frente al viento, y el viento soplaba de cara. Por suerte en este tramo había bastantes ciclistas, entre ellos un grupo de cuatro o cinco vascos que subían a un buen ritmo. Cogimos su rueda y con ellos coronamos.
El descenso fue rápido y Brest se acercaba. Cuando cruzamos el puente sobre el brazo de mar ya podíamos ver la ciudad.
Desde este puente, en los días claros, se ve Brest
Y aun así la entrada a Brest se hizo pesada. El tráfico y los semáforos hacen que el ritmo se vuelva lento y entrecortado. Nosotros nos lo tomamos con calma, incluso bromeamos cuando nos tocó rodar por un carril bici con la idea de sacarme una foto en semejante situación comprometida; entre risas Juan me recordó la suerte que yo tenía de que él hubiese perdido la batería de su teléfono móvil y no pudiese sacarme esa foto que significaría mi vergüenza pública :-) Al final el hambre y las cuestas hasta el control de Brest hicieron que llegase al control con buen ánimo, pero con ganas de parar, comer y descansar.
Llegada a Brest. Juan en primer término y yo detrás. Foto de Miguel
Eran las 13:28, sólo seis minutos de retraso sobre el horario previsto, y ya habíamos hecho la mitad del recorrido, 618km. La cosa marchaba.
La comida en Brest no era tan buena como en el resto de los controles. ¡Sólo tenían sandwiches de jamón york y queso!. Menos mal que Carmen, Ludi y Miguel se habían dado cuenta y nos habían comprado algo más comida. Una vez más tenerlos allí nos era de gran ayuda, no sólo práctica, también moral. Les contábamos como nos iba el día, nos contaban que ellos se habían despertado en Pontivy y que no habían encontrado donde desayunar prácticamente hasta llegar a Brest, casi 140km después. Se agradecía la conversación, era un soplo de aire fresco para el cerebro.
En Brest nos volvimos a encontrar con Antonio y Agustín, también acababan de llegar. Al igual que nosotros se disponían a comer. Ahora mismo no alcanzo a explicarme por qué no comimos juntos o, al menos, por que no quedamos para empezar a rodar juntos a la salida de Brest, sentado el sillón de mi casa es, simplemente, inexplicable. Pero el caso es que a las 14:10, tras sólo 40 minutos de parada nos pusimos en marcha Juan y yo, sin tener muy claro si Antonio y Agustín iban por delante o se quedaban por detrás y sin tan siquiera postear que los habíamos encontrado; como reportero no tengo precio.
El caso es que, por fin, después de 618km siguiendo una flecha que indicaba a Brest
Por aquí se va a Brest
Empezamos a seguir flechas que indicaban el camino a Paris.
Por aquí se va a Paris
Y obviamente eso es motivo de alegría y de fuerzas renovadas. Y eso que me adentraba en el terreno de lo desconocido. Empezaba a batir mi record de kilómetros en una ruta...
Los servicios en Brest tampoco eran utilizables por lo que al poco de salir de Brest paramos en un campo a hacer nuestra necesidades fisiológicas mayores.
En esta parada se produjo un hecho curioso. Cuando desmontábamos de las bicicletas vimos una cámara de fotos en el suelo. Seguro que pertenecía a otro ciclista de la PBP. ¿Que hacer con ella?. "¿Quédatela tu?" dije yo. "Yo no la quiero, quédatela tu", dijo Juan. Uno por otro al final decidimos dejar la cámara donde la encontramos; en el suelo, al lado de donde estábamos dejando nuestras bicicletas. Para hacer nuestras necesidades nos retiramos a un punto en el que no éramos visibles desde la carretera. Yo hacia un lado, Juan hacia otro. Cuando acabé, y volví a donde estaban las bicicletas me fijé en que la cámara ya no estaba allí. Se ve que el ciclista que la había perdido había dado la vuelta a por ella y la había encontrado.
En este tramo nos cruzábamos con ciclistas que todavía se dirigían a Brest. La mayoría eran de los que tenían como objetivo hacer la PBP en menos de 84 horas (dorsal en la bicicleta con números azules) por lo que habían salido de Paris el Lunes a las 6 de la mañana, pero algunos eran de nuestro mismo grupo (dorsal en la bicicleta con números verdes). Volvimos a comentar el efecto positivo que significaba para nosotros el verles, y añadimos el efecto negativo que tiene que suponer para ellos el vernos. Esos ciclistas estaban al límite del tiempo.
Impresionante el apoyo que los franceses dan a los participantes de la PBP. Incluso en una residencia, en un día nublado y lluvioso habían sacado a algunos pacientes a ver pasar a los ciclistas
El descenso del "puerto de Brest" nos dio la oportunidad de entablar una discusión sobre compensaciones de la velocidad media de ascenso a puertos con la velocidad de descenso. En la que yo hice gala de mis errores de cálculo en física elemental y Juan de su prudencia argumental. La conclusión fue: ¿sabíais que en un puerto que tiene el mismo número de kilómetros de subida que de bajada, la velocidad media de un ciclista que lo sube y a continuación lo baja no es igual que la media de la velocidad media de subida y la velocidad media de bajada? ¿sabíais que en realidad esa velocidad media es siempre menor que la media de la velocidad media de subida y la velocidad media de bajada?. Si no lo entendéis en la próxima ruta que os toque pedalear con Juan o conmigo os lo explicamos ;-)
Como la comida en Brest no había sido todo lo contundente que esperábamos acordamos que pararíamos en el pueblo de los arcos para comer algo más. Juan me ofreció una empanada vegetal, pero yo preferí comprarme un bocadillo y un trozo de chocolate. El caso es que al probar el bocadillo no me gustó nada. Tan poco me gustó que decidí tirarlo entero y aceptar la empanada de Juan. La regla que sigo en las brevets es sencilla. Lo importante es comer y como todo lo que me apetezca, aunque sean gominolas; así no tengo que comer nada que no me apetezca. De hecho desde el primer día había dejado de comer barritas energéticas y utilizaba los bocadillos de nutella que Carmen, Ludi y Miguel me preparaban para alimentarme entre controles. Sea como sea Juan jura que la empanada era vegetal, pero el aspecto era el de una empanada de chorizo y estaba realmente buena.
No tengo recuerdos de que pasó entre el pueblo y la llegada a Carhaix, km 708 de la ruta. Se que cuando llegamos reconocí el control, me acordé de que había estado allí mismo esa mañana, con casi 200km menos en las piernas; allí nos habíamos encontrado con Agustín y Antonio (seguíamos sin noticias de ellos) y allí nos recibía un pequeño grupo de música al son de las gaitas.
Gaiteros animando el control de Carhaix
Cuando llegamos a Carhaix eran las 18:40, llevábamos un retraso de 35 minutos sobre el plan, pero estábamos muy tranquilos y animados. Mientras aprovechábamos para comer algo Juan hablaba con un par de lugareños que nos preguntaban con curiosidad por la ruta y las bicicletas. Buen ambiente en el control, buen ánimo en nosotros.
Ya está, me ha vuelto a pasar. Según la hoja de ruta en el kilómetro 736 estaba Saint Nicolas du Pélem. Pero yo sigo sin acordarme de ese pueblo. No me acuerdo de haber pasado en la ida a Brest, tampoco me acuerdo de haber pasado en nuestro camino hacia Paris. Saint Nicolas du Pélem es un pueblo fantasma en mi memoria. [comentario de Juan: A la vuelta tampoco te acuerdas porque tampoco paramos, al igual que a la ida vimos que estaba todo lleno de barro y no acompañaba mucho a la idea de parar. Fue un gran acierto al planificar el pla el no decidirnos por la opción de dormir el primer día en St. Nicolas, porque resultó ser un tanto cutre el sitio.]
Tampoco me acuerdo de donde fue. Pero en algún punto después de Saint Nicolas du Pélem Juan sintió un pinchazo en su rodilla izquierda. Paramos para que hiciera estiramientos.
Muy mala pinta tenía el tema. Apenas podía mover la rodilla y no podía ponerse de pie en la bicicleta. Todavía nos quedaban bastantes kilómetros (unos 30 ó 40 calculo yo) hasta Loudeac. Juan expresó sus dudas sobre si podría seguir. Todo se había torcido de un segundo al siguiente.
Sorprendentemente nos lo tomamos con cierta tranquilidad. "Estira un poco", "vamos a probar a rodar otro poco", "despacio", "vamos muy bien de tiempo". Palabras de prudencia, pero palabras de demostraban que no habíamos abandonado, que no nos habíamos desesperado, que seguiríamos.
Y así fue. Rodando muy despacio. Parando con frecuencia para estirar. Yo detrás para alumbrar los piñones de su bicicleta y que así Juan pudiese saber en que marcha iba y cambiar para evitar el tener que ponerse de pie. Solos, de noche, con algo de frío, en silencio expectante, pero avanzando... Poco a poco, lidiando con el continuo rompepiernas que es la llegada a Loudeac (puteac como Josu lo definió por lo inconveniente que es el terreno de llegada a Ludeac en los dos sentidos de la marcha), dejando de contar los kilómetros para evitar desesperarnos, pero repitiéndonos que teníamos tiempo de sobra. Loudeac estaba cerca y posiblemente habría un médico que pudiese mirar la rodilla, un masajista para tratar de recuperarla.
Y llegamos a Loudeac. Buscamos, pero no encontramos un médico en el control por lo que Juan optó por retirarse a cenar y dormir. Al día siguiente veríamos como estaba la rodilla.
Carmen, Ludi y Miguel me esperaban con la cena. Otra vez conversamos animadamente. Era como si cada vez que me encontraba con ellos se me activase el cerebro. Les conté como había ido el día, mi preocupación por la rodilla de Juan, por Antonio, por Agustín, por Josu, por Edu. De Pete, Richard, Jonathan y Emma no sabía nada pero intuía que todo les iba bien.
No sólo me tenían la cena sino también ya me tenían reservada la cama. Rápidamente me fui a duchar y después de despedirme de ellos hasta el día siguiente me dispuse a acostarme.
Habíamos llegado a Loudeac km787 a las 23:39, una hora y 10 minutos más tarde que el horario previsto. No estaba nada mal teniendo en cuenta lo lentos que habíamos rodado los últimos kilómetros. Habían pasado 19 horas y 25 minutos desde que me había puesto a rodar por la mañana y 17 de ellas había estado pedaleando en la bicicleta. Había quedado con Juan a las 5 de la mañana, lo que significaba que íbamos a parar 5 horas y 40 minutos, de las que apenas iba a dormir 4 horas.
Y pasaron rápido, muy rápido; pero me levanté descansado y animado al ver que mi cuerpo había recuperado. Un desayuno que no por más rápido fue menos contundente me ayudó a recuperar. Una visita al servicio me dejó como nuevo.
Y cuando estaba recogiendo la bici apareció Juan, puntual. Y apareció Agustín. Y nos contó que había dormido algo, creo recordar que poco más de una hora, se había acostado en alguna parte del suelo en el control y no preguntó si podía unirse a nosotros. Y sobraba la pregunta. Y juntos nos pusimos en marcha.
Empezaba un nuevo día. La rodilla de Juan no estaba del todo recuperada, Juan comentó algo sobre retirarse si no mejoraba. Seguramente ese fue su momento más duro...
Nos enteramos que Agustín, Antonio, Josu y Eduardo se habían juntado en Brest. Que habían pedaleado juntos durante algún tiempo, pero que se habían acabado separando buscando cada uno su ritmo. Agustín no tenía claro donde se encontraban los demás.
Al poco, al atravesar un pueblo, yo me quedé un poco por detrás. Seguramente posteando esta foto.
No se aprecia bien, pero hay un ciclista durmiendo pero tirado en la acera
Juan y Agustín iban por delante y cuando caigo en la cuenta veo que vienen rodando hacia mi. Tenemos que girar a mi izquierda. Resulta que se habían pasado el giro, pero que unos pocos metros más adelante se encontraron con un lugareño que les advirtió del error. Impresionados, una vez más, por el apoyo de los franceses seguimos nuestra ruta.
Al poco, al atravesar otro pueblo, nos encontramos a Josu. Estaba dormitando en una acera. Se unió al grupo y pasamos a ser cuatro del Pakefte rodando juntos.
Por un momento tratamos de rodar en grupo, el terreno era favorable lo que hizo que aumentásemos la velocidad, pero no cuajó el invento. Josu estaba tocado por la falta de sueño y la rodilla de Juan no estaba para fiestas. Se imponía la prudencia.
De forma inesperada apareció Querillac. Figuraba en lo hoja de ruta por lo que no se puede decir que no esperásemos llegar a ese pueblo pero en la hoja de ruta decía que estaba en el kilómetro 841 y según mi cuentakilómetros estábamos todavía estábamos en el kilómetro 824. Para hacerlo todo más inesperado en Querillac había un control sorpresa. Nuestro plan no incluía una parada en ese punto, pero se agradeció la obligación de tener que parar a sellar. Eran las 7:20 de la mañana y ya llevábamos más de dos horas rodando.
En algún punto entre Querillac (km 824) y Tinteniac (km 874) Josu se descuelga del grupo. La falta de sueño hace que se enfade con el mundo, que vea todo de forma negativa, el cansancio le obliga a buscar su propio ritmo.
Juan, Agustín y yo llegamos a Tinteniac (km 874) a las 10:10 de la mañana, sólo 11 minutos de retraso sobre el plan previsto. Hicimos una parada rápida. Sellar, ir al servicio y sacar algo de comida. En unos 15 minutos ya estábamos otra vez en marcha.
En algún momento entre Tinteniac y Fougueres nos adelantó un grupo de ciclistas.
No es que rodasen rápidos, pero su ritmo era un punto por encima del nuestro. Decidimos probar a ponernos a su rueda. No se daba del todo mal; el esfuerzo de más compensaba por el hecho de ir en grupo. Definitivamente nos quedábamos acoplados a este grupo.
No recuerdo el nombre de su club. Eso si, estaban totalmente organizados. En las dos primeras filas del pelotón los más fuertes del grupo. En sus filas llevaban a una chica joven y la tenían situada en medio de su pelotón. Justo donde nos pusimos nosotros. A su rueda, en una mañana con buen tiempo, hicimos unos kilómetros magníficos.
El grupo se partió varias veces en las cuestas a la entrada de Fougueres. Los de adelante mantenían un ritmo que sin ser fuerte era demasiado para la chica que llevaban y a su altura se dividía el grupo. De repente pasábamos a estar en la cabeza del sub-grupo. En un intento de agradecer el que nos hubiesen acogido en su seno me puse en cabeza en un par de cuestas para marcar el ritmo al grupo rezagado. En este plan llegamos a Fougueres. Hora de comer.
Llegando al control de Fougeres. Juan al fondo de rojo, Agus en primer plano de azul y yo de blanco. Foto de Miguel
Eran las 12:57, estábamos en el kilómetro 921 y ¡llevábamos 12 minutos de adelanto sobre el horario previsto! Se notaban los efectos de ir en grupo.
En Fougueres volvían a estar Carmen, Ludi y Miguel. Juan se fue a comer con Reme y Agustín comió rápido para tener la oportunidad de tumbarse bajo un árbol a dormir una pequeña siesta antes de que nos pusiésemos en marcha. Su situación era delicada. Estaba falto de sueño y estaba justo de tiempo, tenía que aprovechar para dormir lo más posible. Recuerdo que intenté transmitirle mi confianza en que su situación no era del todo mala. Que tenía margen. Que tenía que cambiar su estrategia y adaptarse a sus nuevas circunstancias. Palabras todas ellas fáciles de decir por mi, pero que no son tan fáciles de asimilar y mucho menos de ejecutar cuando uno ya está cansado y con falta de sueño.
Inevitablemente llegó la hora de ponernos en marcha. No creo que Agustín durmiese mucho, a lo sumo 15 minutos.
De la que salíamos del pueblo, cuesta abajo, me fijé que, en una calle a la izquierda, los del grupo ciclista que nos había traído hasta Fougueres también se disponían a ponerse en marcha. Se lo comenté a Juan y a Agustín y nos alegramos. Sabríamos que era cuestión de tiempo que nos alcanzasen y nuestro plan era volver a sumarnos a su grupo.
Y así fue. No hizo falta esperar mucho tiempo. Al poco nos adelantaron los que normalmente iban en cabeza entre risas y saludos. Ante nuestra cara de asombro (una cosa es que tolerasen tres intrusos y otra que nos saludasen entre risas) uno de ellos nos explicó que les parecía gracioso que éramos como la bandera de Francia. Y era verdad. Agustín llevaba el maillot azul del pakefte, yo llevaba un maillot totalmente blanco y Juan uno rojo; éramos como la bandera de Francia.
En un par de ocasiones coincidió que me quedé a la cabeza del grupo. Lo justo era colaborar con ellos y en eso me concentré. Rodábamos en fila de a dos, yo a la izquierda, constantemente asegurándome de mantenerme en paralelo con el que rodaba a mi derecha. No más rápido, no más despacio. He de confesar que estaba orgulloso de mi papel, me sentía con fuerzas y era la primera vez que rodaba en cabeza de un grupo tan grande (a estas alturas se habían sumado también una pareja de alemanes y un italiano).
Como digo en este grupo estaban totalmente organizados. Enseguida caímos que no paraban para ir al servicio. Cuando uno tenía que mear se paraba y luego apretaba hasta que alcanzaba al grupo. ¿qué harían cuando fuese la chica la que tenía que parar?.
Enseguida se nos despejó la duda. Al poco empezaron a darse avisos y se pararon a la derecha. Nosotros, los alemanes y el italiano, seguimos la marcha.
Pero sin un grupo que marque el ritmo enseguida nos dispersamos. Los alemanes siguieron prácticamente al mismo ritmo y el italiano enseguida les siguió. Nosotros decidimos que lo inteligente era pararnos también y aprovechar para ir también al servicio y comer algo.
Fueron unos pocos minutos, enseguida nos volvimos a poner en marcha. No queríamos ser demasiado descarados chupando rueda. Enseguida adelantamos al italiano que se había parado a la derecha a coger manzanas de un árbol (otro pillo, pensamos). Y al poco volvió a alcanzarnos el grupo. Pero esta vez no aguantamos mucho a su rueda. Enseguida llegaron varios repechos y el ritmo al que los afrontaban era un poco alto para nosotros, nos acabarían sacado de punto. Era hora de decirles adiós. Y creo que ni siquiera se enteraron cuando se lo chillamos desde la cola del pelotón en una de las cuestas.
Volvimos a quedarnos los tres solos. Y automáticamente nuestro ritmo se desplomó y nos desperdigamos. Yo me levanté sobre la bici en una de las cuestas y dejé a Juan y a Agustín por detrás. Poco a poco me fui distanciando de ellos.
Me inundó una sensación tristona. A mi ritmo pesado se sumó un cielo que se estaba volviendo de un gris plomizo y un silencio total en la carretera. Al final de una cuesta apareció "Le Ribay".
Y coincidió que en Le Ribay se dio el kilómetro 1.000 de la ruta. Justo a la salida del pueblo, donde empezaba el descenso me paré a sacar una foto al cuentakilómetros y a postearla. Kilómetro 1.000 y todavía sentía las piernas...
La primera vez en mi vida que rodaba 1.000 kilómetros
Mientras estaba parado pasó Juan cuesta abajo. Me subí en la bicicleta y apreté un poco hasta alcanzarle. Cuando llegué a su altura le pregunté por Agustín. Había decidido parar para dormir algo; seguiría a su ritmo.
Volvimos a quedarnos solos Juan y yo; y antes de que nos diésemos cuenta llegamos a Villaines La-Juhel.
El ambiente en este pueblo era magnífico. Tenían un arco que señalizaba el punto del control. La música sonaba en altavoces. Las calles estaban llenas de gente que te aplaudía, que curioseaba entres las bicicletas.
Las reclinadas y las bicis-bala son las que más llamaban la atención
Villaines estaba en el kilómetro 1.016. Habíamos llegado a las 18:50 con sólo media hora de retraso sobre nuestro plan; y se nos planteó una duda. ¿qué haríamos con la cena?
El plan original era llegar a Mortagne sobre las 23:00 y cenar allí, pero dejó de parecernos algo razonable. Lo más normal es que empezásemos a acumular retraso y no llegásemos a Mortagne hasta la media noche y tratar de hacer los casi 80 kilómetros que nos quedaban sin cenar no parecía una buena idea. Al final decidimos que pararíamos en un bar en el que Juan había parado en la edición de 2007. Allí podíamos hacer una merienda/cena; eso retrasaría nuestra llegada a Mortagne, pero los dos coincidimos en que era importante comer bien.
El bar apareció en el kilómetro 1.044. Eran las 20:38, una hora perfecta para meterse entre pecho y espalda un señor bocadillo de lacón y queso.
La parada nos vino genial. No sólo aprovechamos para comer. También fuimos al servicio. Juan me presentó a Francesc Porta y tuvimos la ocasión de conversar con él.
Fijaos en el maillot rojo de Juan y el mío blanco. 2/3 de la bandera de Francia
Además Juan aprovechó para ponerse hielo en la rodilla que empezaba a resentirse de todo un día de trabajo.
Y antes de ponernos en marcha nos preparamos para rodar en la noche. Luces, chalecos, calienta brazos y calientapiernas, etc. Nos quedaban más de 50 kilómetros por delante. No parecía mucho, pero Juan me recordaba una y otra vez que la llegada a Mortagne iba ser dura.
El caso es que nosotros nos encontrábamos razonablemente bien. Volvimos a coger "nuestro ritmo" y poco a poco nos fuimos acercando a las cuestas que preceden Mortagne.
En una de estas cuestas nos alcanzó un ciclista que al llegar a nuestra altura saludó a Juan. Se trataba de Gabi, del grupo de Amigos de la bici de Salamanca, un veterano que ha participado en varias PBP [Nota de Juan. Gabi, al que nos encontramos pasado Mamers, en realidad había participado sólo en otra PBP anteriormente, aunque fue el primero de Salamanca que lo hizo y de una manera épica]. Nos contó que el se había tenido que retirar porque había tenido problemas de estómago, pero que después de un día se había recuperado y no quería perder la ocasión de hacer parte de la ruta. Nos contó también que Josu se había tenido que retirar vencido por el sueño y que Eduardo estaba muy justo de tiempo.
A pesar de que nos entristecieron las noticias que Gabi nos traía lo cierto es que la conversación con él enseguida se animó. Gabi es un tipo realmente simpático, su buen humor nos contagió y nos ayudó a ir pasando las cuestas con más ánimo. La noche era algo fría, pero no llovía, la carretera estaba invadida por una caravana de ciclistas que se movían lenta y pesadamente en su mayoría (alguno pasaba a toda velocidad). Realmente Mortagne tardaba en llegar y el tramo era duro físicamente tanto por la hora del día como por la orografía del terreno. Juan me lo había avisado en la ida hacia Brest, pero yo no recordaba ese tramo tan duro y largo.
De hecho cada vez que creías que ya llegabas al pueblo descubrías que no, que en realidad había que descender para inmediatamente después volver a subir. Cuando llegamos a Mortagne sentimos alivio, pero todavía nos tocó descubrir al girar una calle una rampa de pendiente inhumana, dadas las circunstancias, que te llevaba hasta el control.
A la entrada del control me esperaba Miguel. Enseguida me dijo que debía ir a reservar mi cama porque estaban escasos. El mientras, se quedó sujetándome la bicicleta. Reservando la cama me contaron que las duchas se habían quedado sin agua caliente. Con el frío de la noche todavía en el cuerpo la idea de ducharme con agua fría no me resultó para nada apetecible. Renuncié a ducharme.
Una vez asegurada la cama Miguel me acompañó a donde debía fichar. Kilómetro 1.098, eran las 00:33, una hora y media de retraso sobre el horario previsto.
Después de fichar me fui al restaurante donde nos esperaban también Carmen y Ludi. Me puse a cenar mientras les contaba como había ido el día.
Estaba cansado y notaba que el cerebro no me funcionaba con agilidad; me costaba contestar a preguntas concretas. ¿qué maillot me pondría al día siguiente? ¿que haríamos para comer en Paris? me costaba tomar decisiones. Pero estaba mucho mejor que la mayoría de los ciclistas que veía.
Carmen, Ludi y Miguel me contaban escenas que les habían impresionado. Un grupo de ciclistas catalanes (¿o eran de Zaragoza?) que se habían tirado en el suelo del restaurante a dormir y le habían pedido a Carmen que les despertase ¡¡20 minutos después!!
Foto de Miguel
Una pareja de ciclistas que hacía la ruta en tamdem en la que uno de los ciclistas tenía que, literalmente, subir a su compañero en el tamdem porque él no podía subirse sólo. Un ciclista japonés que después de coger la cena se sentó a la mesa y se quedó dormido antes de llegar a provarla; que luego se despertaría, una media hora después, y se pondría a cenar sin importarle que la comida se hubiese quedado fría. Escenas, en definitiva, de ciclistas que estaban ya al límite de sus fuerzas.
Foto de Miguel
Foto de Miguel
Foto de Miguel
Por suerte a mi me esperaba la cama y en ella un descanso reparador. Serían sólo tres horas de sueño, pero cuando me desperté noté los efectos del descanso. Me encontraba mucho mejor. Es asombroso lo mucho que puede llegar a recuperar el cuerpo en tan poco espacio de tiempo.
A las cinco de la mañana me encontré con Juan, puntuales los dos, en el punto convenido. Hacía un frío considerable y a estas alturas el culo ya dolía cada vez que se apoyaba o se levantaba del sillín. Empezamos a rodar muy despacio para darle tiempo a los músculos a ir calentando.
Las primeras frases de nuestra conversación fueron para poner a Juan al día de lo que había visto en la página de seguimiento de ciclistas. Jonathan y Emma, Pete y Richard estaban a punto de finalizar si no lo habían hecho en las últimas horas. Se confirmaba que Antonio se había retirado antes de llegar a Loudeac, que Josu se había retirado un poco antes de Villaines, Edu y Agustín no habían fichado en Mortagne por lo que también estaban fuera de la ruta. Sólo quedábamos Juan y yo de entre los representantes del Pakefte.
Los primeros kilómetros volvían a ser rompepiernas (uno de los recuerdos que me quedo de la PBP es que los pueblos siempre están en lo alto de una colina, los controles en lo alto del pueblo y que antes de llegar al pueblo siempre hay un sube y baja que te castiga). La carretera estaba prácticamente vacía de ciclistas y todavía no había amanecido.
En lo alto de uno de los repechos nos dio un susto una pareja que estaba a la izquierda de la carretera animando a los ciclistas. ¡A esas horas! ¡En medio de la nada!
En lo alto de otro repecho vi a un ciclista tumbado boca arriba a la derecha de la carretera. Me contó en inglés que tenía mal el menisco, que le enviase ayuda. ¡Era el último repecho de ese tramo! A partir de ahí ya era todo para abajo y llano. Pobre.
Cuando nos juntamos en el llano le transmití a Juan mi preocupación. Habíamos rodado muy despacio. Habíamos tardado dos horas en rodar los últimos 25km (12,5 km/h de media). Eran las 7 de la mañana, nos faltaban 50 kilómetros para llegar a Dreux y teníamos que estar allí antes de las 10:15. A ese ritmo no llegábamos. "Tenemos que activarnos". Juan me dio la razón, pero también me advirtió que no había motivo para preocuparse. A partir de ese punto el recorrido pasaba a ser mayormente llano y nuestra velocidad lógicamente aumentaría.
Aun así, nos pusimos un poco las pilas. Hicimos unos kilómetros a más de 30 km/h y eso acabó por activarnos. Nuestro ritmo se volvió más natural, más parecido a "nuestro ritmo" y las cuentas volvieron a cuadrarme.
En estas, a lo lejos, vimos a un ciclista que se comportaba de manera extraña. Circulaba sobre la raya de la derecha de la carretera, como si la usase para guiarse, pero de vez en cuando se desplazaba hacia el centro del carril en la carretera. Nos llamó mucho la atención, pero acabó alarmándonos cuando en un momento dado vimos que empezaba a guiarse por la línea del medio de la carretera. Los coches que venían de frente y un coche que venía por detrás se tuvieron que parar. Temiendo que fuese a sufrir un accidente me puse de pie sobre la bici y sprinté hasta alcanzarle (sorprendido me quedé de lo bien que me había reaccionado el cuerpo a un sprint tan imprevisto).
Cuando llegué a su altura me encontré con un ciclista de unos sesenta y pico años; me situé a su izquierda, de forma que me aseguraba que circulase lo más pegado a la derecha posible, y empecé a entablar la típica conversación de la PBP. ¿Cómo vas de tiempo? ¿Cómo estás de sueño?. etc. Sus respuestas fueron un tanto rudas. "Voy bien de tiempo", "No me siento con sueño".
No quería molestarle, pero a la vez me preocupaba que si le dejase sólo fuese a sufrir un accidente por lo que decidí ponerme a su rueda.
Circulé tras él varios kilómetros y cuando me convencí de que el hombre ya circulaba con normalidad dejé de seguir su rueda y baje el ritmo para que Juan me alcanzase. ¡Estábamos llegando a Dreux!
Y llegando a Dreux la organización nos tenía preparado un regalo.
Era sólo una repecho de unos pocos metros, pero tenía su gracia con más de 1.160 kilómetros en las piernas.
La llegada al control de Dreux volvía a ser por un carril bici. ¡¡Encima este un carril bici sobre la acera!!
No me importó. La alegría de llegar al último control antes de Paris podía con ese detalle.
Cuando aparcábamos las bicicletas se nos acercaron dos españoles no ciclistas a preguntarnos si habíamos vistos a dos ciclistas vascos. Les dijimos que no y ellos nos contaron que sabían que habían salido de Mortagne, que alguien les había dicho que le parecía haberlos visto durmiendo en una parada de autobús, que les estaban llamando a los móviles pero que no les respondían; que estaban muy justos de tiempo.
Me impresionó la preocupación que tenían. Oteaban el horizonte buscando a sus amigos entre los ciclistas que iban llegando. El gesto tenso, la mirada preocupada. Caí en la cuenta lo que sufren los que prestan apoyo. La impotencia que sienten al ver que un amigo o un familiar se va a quedar fuera de tiempo. Me acordé de Carmen, de Ludi, de Miguel, de Reme. Complices de nuestra locura que acaban viviendo la Paris Brest Paris con una intensidad insospechada. Que acaban preocupándose por los ciclistas que han ido conociendo después de coincidir con ellos en varios controles. Angéles de la guarda, reyes de la solidaridad, campeones de la entrega...
Dreux estaba en el kilómetro 1.175; habíamos llegado a las 9:10 ¡15 minutos antes del horario previsto! La hazaña bien se merecía una parada a descansar y comer algo con tranquilidad. Nos quedaban 65 kilómetros hasta Paris y teníamos casi 6 horas de margen, nos encontrábamos bien físicamente; sabíamos que la Paris Bres Paris 2011 estaba casi hecha.
A la salida del polideportivo volvimos a ver a los dos que estaban esperando por los vascos. Seguían sin noticias suyas ¡Que pena me dio!
Me puse en marcha unos segundos antes que Juan, lo justo para situarme en cabeza. Estaba contento, alegre, emocionado. Sabía que acabaría mi primera Paris Brest Paris. En unos segundos se me vino a la mente todo lo que había hecho para poder llegar hasta este momento. Me emocioné.
Los kilómetros que faltaban hasta Paris habíamos acordado hacerlos tranquilamente, disfrutando del sol mañanero. Teníamos pensado parar en un bar en el que Juan había parado en la edición de 2007 con la intención de hacer de esa parada una tradición. Pero nuestro gozo en un pozo; el bar estaba cerrado. Seguimos unos kilómetros más y decidimos parar en un puente sobre un riachuelo.
Absolutamente relajados nos dispusimos a comer algo. Yo, como en casi toda la PBP, me comí un bocadillo de nutella.
Mientras estábamos allí parados llegó un ciclista y se paró a nuestra altura. Llevaba puesto un collarín. Se lo quitó, se masajeó el cuello mientras nos hacía gestos de que le dolía mucho.
Estando allí parados los tres apareció un coche de la organización. Nos preguntó si nos encontrábamos bien. Les aseguramos que si, pero ellos volvían a insistir. Nosotros nos encontrábamos perfectamente (la rodilla de Juan había mejorado ostensiblemente), pero eso no era lo normal; el cuadro que mostraban muchos de los ciclistas era dantesco y los coches de la organización prestaban mucha atención en detectar que ciclistas no estaban en condiciones de seguir. Cuando se convencieron de que estábamos bien se fueron. Al poco nos volvimos a poner en marcha; nos lo tomábamos con calma, pero había que seguir.
La aproximación a Paris tiene su truco. Un par de subidas interesantes, atravesar urbanizaciones y poco a poco ir metiéndose en un entorno cada vez más urbano.
Una de las cosas que me llamó la atención fue que los ciclistas se paraban a cambiarse el maillot. Se ponían maillots que llevaban especialmente para entrar en Paris. Yo caí en la cuenta que mi maillot era uno normal y corriente del Decathlon. Nada especial para una ocasión tan especial como entrar en Paris. Una pena, me habría gustado entrar con el maillot del Pakefte o, en su defecto, con el de los Kingston Wheelers...
Llegando a Paris adelantamos a la chica de la bicicleta con flores....
No nos lo podíamos creer. Había salido por detrás de nosotros y por poco llega antes...
Sospechamos si se trataría de un montaje. De alguien que estaba en la salida y luego en la llegada sólo para dar color al evento; posiblemente alguien coordinado con la organización. Pero al adelantarla me fijé en su dorsal, el 6500. Y usando mi móvil verifiqué sus tiempos de paso. Había pasado por todos los controles. De hecho a Paris llegó sólo 7 minutos por detrás de nosotros. ¡Impresionante!
Ya veníamos nosotros totalmente relajados pero es que además, en las inmediaciones de Saint-Quentin-En-Yvelines, aparecieron los semáforos y eso acabó por matar nuestro ritmo. Parecía que no llegábamos nunca...
Alcanzamos a dos ciclistas británicos e hicimos el esfuerzo por dejarles atrás, queríamos entrar solos en la rotonda de Guyancourt...
Enseguida empecé a reconocer edificios. Estábamos cerca...
Y antes de que me diese cuenta llegamos a la rotonda y pasamos sobre la manta que registraba los tiempos de paso. Reme, Carmen, Ludi y Miguel estaban allí, junto a mucha más gente, aplaudiéndonos y felicitándonos.
Nos dirigimos al polideportivo a pasar el control manual. Habíamos rodado 1.240 kilómetros. Eran las 13:07 ¡6 minutos antes del horario previsto en el plan que habíamos hecho meses atrás desde nuestras respectivas casas!
Estos fueron nuestros tiempos oficiales
Ya estaba. Habíamos acabado. Juan y yo nos abrazamos dándonos mutuamente la enhorabuena.
Juan y yo. Foto de Miguel
A pesar de haber acabado y de no tener nada más que hacer en el polideportivo parecía que nos costaba irnos.
El polideportivo a nuestra llegada. Foto de Miguel
Alguien, creo que Miguel, mencionó que Agustín también había llegado.
¿¿¿QUE??? ¿No se había quedado fuera tiempo al llegar a Montagne?
Encontramos a Agustín durmiendo en el cesped al lado de la pista de atletismo. Le despertamos para que nos contase su aventura.
Charlando con Agustín nada más despertarle. Foto de Miguel
Agustín nos contó que si que había sellado en Montagne, que si no figuraba su paso en la web se debería a un error técnico. No nos dio muchos detalles sobre su aventura, todavía estaba medio dormido mientras nos hablaba, pero no nos costó imaginarnos que había sido toda una hazaña. Realmente una machada.
Y aqui llego al sabor agridulce que me ha dejado la Paris Brest Paris. Por un lado ha sido una experiencia magnífica y a medida que pasa el tiempo parece que se engrandece el hecho. Pero lo cierto es que yo acabé muy bien; tal vez demasiado bien.
Estaba cansado, pero podría haber seguido pedaleando si de eso se hubiese tratado. La suerte se alió conmigo durante todo el recorrido. Apenas me llovió dos horas, no tuve ningún problema mecánico (ni un sólo pinchazo ni Juan ni yo en toda la PBP), los pelotones me sirvieron de ayuda durante bastantes kilómetros, físicamente no había tenido ningún problema más allá del dolor de culo; Carmen, Ludi y Miguel me habían prestado un apoyo magnífico y Juan me había guiado durante toda la ruta. No recuerdo ni un sólo momento en el que sufriese o lo pasase mal. Me quedaba la sensación de que había sido demasiado fácil.
Injustamente fácil. Cuando pensaba en lo que habían soportado otros ciclistas para acabar, lo que le había dolido a Juan la rodilla, lo al límite que había llegado Agustín, sabía que yo me había perdido algo. Que no había vivido una verdadera Paris-Brest-Paris. No había sentido el drama, la épica, el llegar hasta tu límite; me faltaba algo.
En realidad en la PBP los héroes son los que se retiran. Los que la acaban son los que consiguen su sueño, su reto; por tanto no son héroes, sino afortunados. Sin embargo, los que se retiran si que son unos verdaderos héroes. Nadie se retira de la PBP sin haber llevado su cuerpo hasta el límite de sus posibilidades. Ya sea agotados físicamente, vencidos por la falta de sueño o por los problemas de salud, allá donde te encuentres a alguien que se ha retirado de la PBP te estarás encontrando a una persona capaz de dar todo de sí, hasta el límite de sus posibilidades, en el intento de hacer realidad su sueño.
No se trata de ser más o menos héroes, pero no consigo despegarme del sentimiento de admiración por los que lo han intentado y por diversas circunstancias no lo han conseguido. Tienen mucho más mérito que yo.
Update 1/Abril/2012
Juan acaba de publicar su crónica sobre la Paris Brest Paris PBP 2011. La crónica de una superación personal.
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Un breve repaso de cosas aleatorias que quiero que queden reflejadas en la crónica:
- Me apenó no haber podido rodar con Edu y con Antonio y me dio pena no haber podido ni siquiera ver a Jonathan, Emma, Richard y sobre todo a Pete.
- En la página de la organización publicarán las estadísticas de la PBP. Ahora mismo están publicadas las de 2007.
- Una de las cosas que más llama la atención es la edad de muchos de los participantes. En la edición del 2007 la edad media de los participantes fue de 49,9 años, 778 (un 14,6%) personas eran mayores de 60 años y de ellas 60 (un 1,1%) eran mayores de 70 años.
Ciclistas llegando a Paris. Fotos de Miguel
- Es impresionante el trabajo de los voluntarios. Los "benevólos" les llamábamos.
- Es más impresionante si cabe el público francés. Apostados en las carreteras a todas horas. Animando sin parar a ciclistas que pasaban delante de sus casas durante tres días seguidos. Ofreciendo café, bizcochos, agua, ánimos, aplausos. Responderles con un "merci" era lo mínimo que se les podía hacer. Esa afición al ciclismo se merecería tener un Contador para ellos solos.
- Después de la PBP nos fuimos a duchar y quedamos para comer. Nos fuimos a comer a un centro comercial y allí comimos... ¡Pasta otra vez! Eso sí, de postre me tomé un Paris-Brest
- De vuelta al hotel Ludi me dio el primer masaje de mi vida a las piernas. Su comentario fue que no las tenía cargadas. Sería así, pero yo casi me duermo en medio del masaje.
- Después del masaje siesta de un par de horas. Luego desmontar la bici, cenar y vuelta a dormir. Hasta el día siguiente.
- Al día siguiente ya estaba como nuevo. O eso pensaba yo... Nos fuimos los cuatro de vacaciones por Normandía y después de unos días me dio un bajón que me tuvo 24 horas rendido de cansancio y sin apenas poder comer. Esta claro que el cuerpo, al final, pasa factura.
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Agradecimientos
Pudiera parecer que acabar la PBP es una tarea individual, pero nada más lejos de la realidad. En toda PBP colaboran un montón de personas que hacen que un ciclista pueda participar de la experiencia. También en mi caso y lo justo es agradecer a esas personas su esfuerzo.
En concreto quiero agradecer y en cierto modo dedicar esta PBP a:
- A Carmen, Yaiza y Olaya. Ellas fueron las que más pusieron de su parte para que yo pudiese acabar la PBP. Ellas fueron las que sintieron las ausencias y las que soportaron los cansancios.
- A Juan. Conocí la PBP gracias a seguir su aventura en el 2007 y tengo claro que en ese momento me pico el gusanillo. La primera persona que me dijo que yo podría acabar un 200, una mañana de domingo en Morata de Tajuña. Gracias a él acabé la PBP 2011. Su experiencia y sus consejos tuvieron un valor incalculable para un novato como yo. Su compañía, su conversación, su apoyo, en definitiva su amistad, un lujo del que pude disfrutar. Y por último destacar su generosidad; cumpliendo su promesa, al acabar la PBP Juan donó un euro por cada 10 kilómetros de la Paris-Brest-Paris (¡un total de 120€!) en mi página para recaudar fondos para la lucha contra el cancer. Simplemente "gracias amigo"
- A Carmen, Ludi y Miguel. Por su apoyo, no sólo logístico, también afectivo, durante la PBP. Es difícil caer en la cuenta la cantidad de trabajo y preocupación que supone apoyar a un ciclista durante la PBP y ellos lo hicieron siempre con una sonrisa. Llegar a un control tenía el premio de encontrarme con ellos y las conversaciones con ellos me liberaba el cerebro.
- A Pete. Mi mentor en las Brevets inglesas. Imprescindibles para poder participar en la PBP. Junto a él rodé un 200, un 300, un 400 y un 600 y su paciencia, apoyo y enseñanzas siempre estuvieron a mi disposición. Me dio muchísima pena ni siquiera haberle visto en la PBP.
- A los que me siguieron en Google+, Twitter o Facebook. Después de la PBP, una vez en casa, fue realmente emocionante leer todos los mensajes de apoyo de los que me siguieron en las redes sociales. Se que no hice un buen trabajo contando que era lo que nos estaba pasando, pero aun así ahi estabais dejando comentarios de ánimo a cada post mio.
- A los donantes a mi causa para recaudar fondos para Cancer Research UK. Gracias a vosotros he conseguido recaudar 1.955€ a los que se sumarán los 280€ que Google donará al hacer un matching de mi donativo y que sumado al matching que Google hará del donativo de mis compañeros hará que lo recaudado en total se acerque a los 3.000€. Ni en mis sueños más optimistas pensaba yo que fuese a recaudar una cantidad semejante. Además de dar las gracias a los donantes lo mínimo que puedo hacer es nombrarles. Estos han sido mis donates: Jorge Nogales, Adrián Moreno Peña, Cristina Delgado Estepa, Nikos Kryvossidis, Paco Rivillas, Javier L. Aranguena, David Horat, Alexia, Covadonga Soto, Ludi y Miguel, Domingo Martin, Kalisterio Kovas, Juan Ignacio Rodríguez de león, Timo Schmidt, Lucía Arias, Mama, Fernando Nieto, Santiago Romero, Andrew Buteau, Oscar Gonzalez, Carlos Delgado Kloos, Phil Hewinson, jbm, Maño de los pelos, Chencho Rodriguez, Teresa, Javier, Alvaro y José, Jose Frechín, John Lewis, Marie-Astrid, Andres Rodriguez Pacho, Miguel de Luis, Nathalie Picquot, Ayodeji Steve-Fagbemi, David Carro, Madhav Chinnappa, Mayte Reguera y Oscar Martín, Shimy, laurence fonltinoy, Chris Wright, Eze Vidra, Brian Yamanaka, Pauline Bird, Santiago de la Mora, Agustín Ortega, Luca Forlin, David Cano, Diana Carrasco Sarro, Adam, Sonia and Alicia, Sam Wilson, Trevor Callaghan, Andrew Walker, Anonymous, Robin Jeffries, Matthew Gream, Egil Hogholt, Vidal y Diana Brownlee, Peter y Cara Johnson, Alberto Grazi, Jose Maria Garcia, Maria Gonzalez Alvarez, Adriana Campillo, Pablo Fernandez, Antonio Sotomayor, Federico Javier Álvarez Valero, Ana Fernandez, Juan Merallo Grande.
- Al Pakefte. Por aceptarme en su seno. Por guiarme en mis primeros pasos en el ciclismo de larga distancia. Por ser como es. Por su sentido del humor. Por su ambiente. Por el impresionante seguimiento que hicieron de nuestra aventura. Por su apoyo en la distancia.
- A los kingston wheelers. Por acogerme. Por aceptarme y valorarme a pesar de ser un especimen raro entre sus filas. Por lo mucho que aprendí sobre ciclismo a rueda de sus grupos.
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Número y estadísticas:
- Kilómetros: 1.239,87 kilómetros
- Primer día: 449 kilómetros
- Segundo día: 333 kilómetros
- Tercer día: 304 kilómetros
- Cuarto día: 140 kilómetros
- Desnivel acumulado: 10.000 metros (dato aproximado)
- Tiempo total invertido: 87 horas y 46 minutos (nos sobraron 2 horas y 24 minutos)
- Tiempo rodando: 72 horas 25 minutos y 41 segundos (dato aproximado) 29/4/2013 Este dato es incorrecto.
- Tiempo total parado: 15 horas 20 minutos 19 segundos (dato aproximado)
- Primer día:
- Distancia: 452Km
- Tiempo total: 23:38:00
- Velocidad media total: 19.11km/h
- Tiempo rodando: 20:12:46
- Velocidad media en movimiento: 22.36km/h
- Tiempo parados: 3:26:10
- Segundo día:
- Distancia: 335Km
- Tiempo total: 19:25:13
- Velocidad media total: 17.25Km/h
- Tiempo rodando: 17:09:15
- Velocidad media en movimiento: 19.52km/h
- Tiempo parados: 2:15:58
- Tercer día:
- Distancia: 311Km
- Tiempo total: 19:33:00
- Velocidad media total: 15.90km/h
- Tiempo rodando: ??
- Velocidad media en movimiento: ??
- Tiempo parados: ??
- Cuarto día:
- Distancia: 141Km
- Tiempo total: 8:06:22
- Velocidad media total: 17.50Km/h
- Tiempo rodando: ??
- Velocidad media en movimiento: ??
- Tiempo parados: ??
- Tiempo durmiendo: 12 horas (dato aproximado)
- Primera noche: 5 horas
- Segunda noche: 4 horas
- Tercera noche: 3 horas
- Velocidad media total: 14 km/h
- Velocidad media en movimiento: 17,12 km/h 29/4/2013 Este dato es incorrecto, ha tenido que ser entre 19 y 20km/h
- Velocidad máxima: 61,50 km/h
- Pulsaciones medias: 90 ppm (dato aproximado)
- Pulsaciones máximas: 141 ppm (dato aproximado)
- Calorías consumidas: 18.641 (según el pulsómetro)
- Cadencia media: 60 pedaladas por minuto
- Cadencia máxima: 104 pedaladas por minuto
- Kilómetros de la bici: 9.308 Kilómetros
- Era la vez 86 que montaba en bici de carretera en toda mi vida. La vez 81 que montaba en mi Canondale.
- Batí mi record personal de número de kilómetros en 24 horas: 452 km
- Batí mi record de distancia que ahora pasa a ser de 1.239,87 kilómetros
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Más fotos:***************************************
- Mi lista de Consejos para la Paris Brest Paris.
- La crónica de Juan PBP 2011. La crónica de una superación personal
- Artículo de Juan con consejos sobre como afrontar la Paris Brest Paris
- Crónica de la Paris Brest Paris 2007 de Juan
- La crónica de Fran Vacas de la Paris Brest Paris 2011